"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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3001, UNA ODISEA LITERARIA

3001 (aproximadamente) UNA ODISEA LITERARIA © Jordi Sierra i Fabra 1999, 2004, 2015 El suave zumbido le indicó que él ya estaba allí. Envió la orden mental al inductor holográfico para que se detuviera y se puso en pie. Apenas si tuvo tiempo de dar un par de pasos. Pok apareció ante ella nada más abrirse la cámara de intercomunicación exterior. Su aspecto era brillante. —¡Cariño! —¡Querida! ¿Que tal todo en mi ausencia? —Bueno, ya sabes —le hizo un gesto indiferente—. He tenido bastante trabajo en el Centro Neuronal Intergaláctico. ¿Y tú? —Un procesamiento agotador, pero ya estoy en casa. Se abrazaron tres segundos. Los conectores sinérgicos establecieron la comunicación automática. Se estremecieron al percibir la síntesis y se separaron. Nia se pasó una mano por el resplandeciente cráneo tintado en verde. —Que bien —suspiró—. ¿Quieres una cápsula? —Bueno, dame una azul. —Oh, lo siento. Necesitaba una proyección astral y me tomé la última junto con una roja antes de que llegaras. Pediré un envío al Suministro Global. —No importa —él la miró con amor—. Te he echado de menos a pesar de tu réplica mental. —Y yo a ti —Nia le inundó con una mirada de arrobo—. ¿Quieres conectarte? —Después —sonrió misterioso. Y agregó de inmediato—: Te he traído un regalo. —¿En serio? —Ajá. —¿Que es? —Una sorpresa. Nia miró el equipaje de Pok. Lo había dejado en el suelo. —Vamos, vamos. ¡Me muero de impaciencia! ¿De qué se trata? —Es un libro. —¿Un qué? —Un libro —sonrió aún más él. —¿Y que es un libro? —preguntó Nia. —Una antigüedad. —Cariño, las antigüedades son caras. —Lo sé, amor. Pero estoy seguro de que te encantará. Te aseguro que es algo muy curioso. Y si me apuras, hasta una inversión revalorizable. —Eres un niño —ella hizo un mohín—. Claro que me encantará. Volvieron a abrazarse. Esta vez duró cinco segundos. La descarga les envolvió de destellos púrpuras por la sobrecarga emocional. —¿Puedo verlo ahora? —quiso saber Nia curiosa al separarse. —Por supuesto. Pok llevó su reducido equipaje a la mesa de cristal líquido. Lo colocó encima y lo abrió. El paquete, protegido por una cámara de aire aislante, estaba encima de todo. Lo sacó y dejó que ella lo abriese. La cámara liberó el contenido al presionar la abertura. —Tiene casi mil años —reveló él. Fuese lo que fuese un libro, apareció ante los ojos de Nia. Estaba muy viejo, y se veía gastado. Lo contempló fascinada, sin atreverse a tocarlo. —¿No es increíble? —dijo Pok. —Parece tan… antiguo —Nia tenía los ojos tan brillantes como el cráneo. Era un objeto rectangular, confeccionado con una extraña materia en apariencia muy delicada, y con unos signos indescifrables en su superficie. Tendría unas tres yemas de grosor. —Pok, te habrá costado una fortuna, seguro. —¿Te gusta? —Es muy bello, sí. Iba a cogerlo. Pok la detuvo. —Cuidado. —¿Se rompe? —Bueno, es muy primitivo. —¿Tiene algún mecanismo? —No. —¿Entonces como funciona? —Es manual. —¡Manual! —los ojos de Nia se dilataron. —Esas cosas, los libros, se leían. Un proceso visual. Me lo dijo el anticuario. —¿Cómo que se leían? —Ya te lo he dicho: un proceso visual. Utilizaban los ojos y la mente racionalizaba lo que ellos percibían. —¿Nada perceptivo, extrasensorial, inductivo, hectoplástico…? —No. —Vaya. Sabemos tan poco de los antiguos. —Mira, ¿ves? Pok puso sus dedos en uno de los lados del libro. Levantó lo que parecía ser una tapa endurecida. La llevó hacia el otro lado y repitió la operación con otras partes más delgadas. El libro parecía tener decenas de ellas. Eran flexibles. En todas había cientos, miles de signos. —Esto es papel —la informó. —¿Puedo…? —Adelante, tócalo, claro. Nia acarició una de aquellas delgadas hojas. —Que suave. —Y frágil. —Desde luego. Pasó algunas hojas, acariciándolas. Unas estaban arrugadas, otras un poco rotas, deterioradas, otras tenían manchas ancestrales. —¿No estará contaminado? —se alarmó. —Lo han esterilizado, tranquila. Además, el Viejo Núcleo Europeo está en la Zona Libre. Nia se sintió fascinada. Cogió el libro con las dos manos, igual que si sostuviera un bebé. Mil años. En la antigüedad, aquello había pertenecido a otra persona, y tal vez lo hubiese amado, o tal vez formase parte de su vida. Como si viera sus pensamientos sin estar unidos por el modulador cerebral, Pok le dijo: —Según el anticuario, los antiguos hallaban en esas cosas fuentes inagotables de placer. Servían para que se evadieran. —¿Placer? —Nia deslizó una mirada al copulador energético—. No entiendo. —Los libros contaban historias, y ellos las leían y gozaban con sus conocimientos. —Pero eso requería un esfuerzo. —Claro, pero en la antigüedad el esfuerzo formaba parte de su existencia. Nada de enlaces virtuales, nada de conexiones oníricas, nada de sueños programados, nada de desdoblamientos mentales o fusiones holográficas. —¿Ni siquiera cápsulas de colores? —No. —¿Ni neuronium de vida animada, música implantada, interacción sinérgica…? —Nada de nada. —¡Que vida más dura! —Bueno, dentro de mil años más, los del futuro se reirán de nosotros y de lo que para ellos entonces será nuestra pobre tecnología. —Sí, claro. Nia hizo un gesto ambiguo. Ni sus perpetuos veinticinco años reciclados ni sus nuevos implantes escondían que ya había rebasado los cien. Estaba a media vida. No le gustaba nada pensar en el futuro. Vivir era tan hermoso. Y decían que en ese futuro la humanidad viviría incluso mucho más de doscientos años. En un mundo aséptico. —Ven —la animó Pok—. Vamos a saber más de los libros. —Bueno —se dejó llevar ella. Entraron en el Cerebro de su cubículo y ocuparon sus módulos anatómicos. Nada más adaptarse a ambos, Pok ordenó el sistema operativo. —Libros —dijo—. Desde su desarrollo e implantación generalizada hasta su declive. El Cerebro inició su exposición presentando imágenes en tres dimensiones delante de sus ojos. Una voz fluyó desde todas partes, envolviéndoles. —El libro fue el elemento cultural, expansor de ideas y método de evasión más popular e importante desde el hallazgo de la imprenta, mediante la cual se podían hacer indefinidas copias de un mismo original, hasta el albor de los siglos… Era una historia extraña, pero se sumergieron en ella. Había muchas clases de libros. Los más famosos eran las «novelas», reales o inventadas, historias que hacían pensar, reír, llorar… Emociones que los libros proporcionaban sin ningún control, sin peligro aparente alguno, aunque por lo visto también había libros «subversivos» e historias que hacían mella o cambiaban la existencia de muchos humanos. Otra clase de libros eran las enciclopedias, ensayos, biografías, poemarios… Un poema era un juego de palabras que se parecían entre sí. Amor y Dolor, por ejemplo. —Me gustaría saber como es nuestro libro —dijo Nia. —Está escrito en una lengua antigua. —Puede que sea un libro famoso. —Oh, desde luego —convino Pok. —Cerebro —dijo ella—. Selección de libros famosos. Novelas. —¿Época? Nia miró a Pok. —Probemos el segundo milenio —tanteó él. Y ordenó—: Segundo milenio y comienzos del tercero. Aleatorio. Y sintetiza. El Cerebro inició su repaso a diversas obras al parecer muy famosas de aquel tiempo. —«20.000 leguas de viaje submarino»: unos hombres descubren la forma de viajar por debajo de las aguas. «Don Quijote de la Mancha»: un viejo demente parte en busca de aventuras junto con un lacayo. «Romeo y Julieta»: dos adolescentes de familias rivales se enamoran y mueren a causa de su pasión. —He oído hablar de esa historia —se sorprendió gratamente Nia. —«Alicia en el país de las maravillas»: una niña cae del otro lado de un espejo y vive asombrosas experiencias en un lugar fantástico —continuaba el Cerebro—. «Moby Dick»: un marino persigue enconadamente a una gran ballena blanca. —¿Ballena? ¿Que era una ballena? —vaciló Nia. —Un animal primitivo —le aclaró Pok haciendo gala de una sorprendente cultura—. Hace años había diplodocus, elefantes y ballenas de esas, amén de otros bichos. —Curioso, ¿verdad? El Cerebro desgranaba más y más obras de distintas épocas. «Madame Bovary», «Los hermanos Karamazov», «La Gran Epopeya del 2027», «El pequeño principe», «La conquista de Marte»… —Ya vale —lo detuvo Nia. —¿No quieres saber más? —Es aburrido —manifestó ella—. Sólo una lista de cosas desconocidas. —¿Quieres que el Cerebro te amplíe alguna de esas historias? —No, da igual. Pero ahora siento mucha curiosidad por nuestro libro. —Es cierto. —Si por lo menos supiéramos algo más. —Claro. Cuando se lo enseñemos a nuestras amistades podríamos sorprenderlos contándoles su contenido. Había pensado hacer una fiesta el próximo triberio. Se levantaron de los módulos, salieron del Cerebro y volvieron junto al libro. Nia lo acarició. Sus uñas, que cambiaban de color según sus emociones, eran ahora muy blancas. —Alguien tiene que saber que pone ahí —afirmó. —Hay expertos en lenguas antiguas, antes del Modelo Único —meditó Pok. —¿Que tal si probamos en el Centro de Recursos Cósmicos? —No, no creo. Ha de ser alguien más asequible. Uno de esos chiflados por la historia, o un experto en comunicación, o un sacerdote tecnológico. —¿Los traductores cosmogónicos? —Antes de la Gran Hecatombe del 2352 no hay nada. —¿No te dio ninguna pista el anticuario? —No. —Vaya —Nia mostró su irritación—. Es como tener una caja cerrada herméticamente y no poder abrirla. Sus ojos despedían tonalidades amarillas. —Espera… —mencionó Pok—. Tal vez mi viejo maestro, Noblues. —¿Ese viejo chiflado? —Ese viejo chiflado es una autoridad en muchas materias, y en su laboratorio operativo tiene máquinas y aparatos asombrosos. Estuve en él una vez. —Por probar… Pok se acercó al panel de comunicaciones comunitarias. Ordenó la conexión en voz alta y el sistema estableció el inmediato enlace. No tuvieron que esperar demasiado. La imagen de su viejo profesor, ya en torno a los ciento setenta y cinco años aunque aparentaba no más de cuarenta, apareció en el visor. Frunció el ceño al ver a quien le llamaba. —¿No recuerdo…? —Pok, señor —desgranó con una cierta emoción—. Pok Paolos. Fui alumno suyo. —¿Pok…? —los ojos se le iluminaron—. ¡Pok, claro! ¡Flexiones del Espacio Intermodular! —El mismo. —Vaya, vaya. —Esta es mi compañera, señor —Pok atrajo a Nia hacia él para introducirla en el campo visual—. Llevamos unidos cuatro períodos, y acabamos de renovar por dos más. —¡Bien! —se alegró Noblues—. ¿Tenéis descendencia? —Aún somos jóvenes. —Oh, sí, jóvenes —se rio el hombre. —No quiero molestarle demasiado a estas horas, señor, pero he pensado que tal vez usted podría ayudarnos. —¿Que puedo hacer por ti, Pok Paolos? —ennarcó las cejas Noblues. —He comprado una antigüedad, un libro. —¿Un libro? —Si, en el Viejo Núcleo Europeo. —Un libro —ponderó el profesor demostrando conocer la materia—. Hace mucho que no veo uno. Pok le mostró el suyo. Los ojos del maestro brillaron al verlo. —Nos gustaría saber que clase de libro es —le reveló Pok. —¿No te lo ha dicho el vendedor? —No. Desconocía el dato. —Interesante… —Noblues se acercó más al visor. —Podría enviárselo por el tuborreo —se aventuró Pok—. Lo recibiría en un momento y así podría examinarlo con comodidad. Nia se movió inquieta. Algo tan valioso enviado por los tubos de aire… —Me gustaría, sí —se apresuró a manifestar el profesor—. Tengo aquí sistemas que seguramente identificarán la lengua original. No será difícil. Por lo menos… —Gracias, señor. —No hay de qué, Pok Paolos. —¿Me llamará cuando…? —Inmediatamente, descuida. Y te lo devolveré cuanto antes. Sé cuan valiosa debe ser esa pieza. Se despidieron, como si los dos tuvieran una inesperada urgencia. Nada más cerrarse la comunicación, Nia expresó sus dudas. —¿Ese hombre… es de confianza? —Tranquila, mi amor. El libro está en buenas manos. Pok ya estaba de nuevo en la mesa. Introdujo el libro en la misma cámara de aire aislante con la que lo había traído y la selló. Regresó con ella al panel y abrió el receptáculo de envíos por tuborreo. Una vez depositada la caja en la cámara la cerró y marcó las coordenadas de recepción. En una pantalla se iluminaron dos cifras: el tiempo del viaje y el costo. Pulsó el dígito de aceptación y después el de operatividad. Finalizado todo miró a Nia. —¿Cuanto crees que tardará? —No lo sé —dijo él. Y para calmarla le sugirió—: ¿Quieres conectarte ahora? —No, no podría concentrarme —se encogió de hombros. —Por lo menos un abrazo. —Sí, por supuesto, cariño. Era su tercer abrazo. Alcanzaron los siete segundos de duración. Los conectores sinérgicos llegaron al punto de síntesis más puro. La comunicación automática los relajó, los llevó al umbral del placer. Tres segundos más y habrían necesitado ya conectarse para el establecimiento de un estímulo máximo. Se separaron dulcemente. Pok le acarició la mejilla, suave como una réplica de aire sólido a pesar de que ya habían transcurrido tres años desde la última revisión. No habían hecho falta nuevos implantes nerviosos ni reciclajes. Nia era hermosa de por sí. Las mejoras no hacían sino acentuar esa belleza. La adoraba. Sus otras dos compañeras no habían sido tan satisfactorias. Y según ella, los anteriores tres compañeros suyos tampoco. Dejaron pasar un rato. Se les hizo muy largo, como si el tiempo no se moviera. Pok deshizo su equipaje. Nia atemperó su excitación con una transfusión de sangre vitaminada. Faltaba demasiado para la cena y no tenían ganas de conectar los visores, pasar una fracción de tiempo con una visualización fílmica o llevar a cabo cualquier otra práctica de evasión programada. Acabaron encontrándose sin saber qué más hacer en mitad de la estancia principal. Pok pensó en un cuarto abrazo sin que se le antojara excesivo ni perturbador. El amor introducía esa clase de vértigos en una vida emotivamente serena. Por eso los expertos pedían precaución, y la implantación de relaciones cortas, aunque renovables tantas veces como se quisiera. Quizás pasara el resto de su existencia con ella. —Deberíamos pensar ya en tener descendencia —se aventuró a decir impulsado por sus pensamientos. —¿Estás seguro? —se emocionó Nia. —Sí. —Mis genes están dispuestos. —Y los míos. —¿Niño o niña? —Quiero una niña que sea como tú, ojos grises, labios grandes, cráneo liso, metro noventa, pecho natural de momento, con no demasiados implantes cerebrales, para que tenga un desarrollo propio, pero programada para ser Neurociberendomista. —Dan pocas licencias para esto último. —¿Y de qué sirve tener ciertas influencias? —se jactó Pok. —Te quiero. —Y yo a ti. —Que felices somos, ¿verdad? —Mucho, mi amor. —Creo que esa conexión, ahora… —¿De veras? Dieron el primer paso en dirección a la cámara de fusión. Y el segundo. Ella ya había liberado el núcleo de transmisión emocional, situado en la base de su nuca. Él iba a hacerlo. Sin embargo no alcanzaron a dar el tercer paso. El panel reclamó su atención emitiendo una señal de apertura. —Llamada en curso —dijo una voz—. Procedencia AO-792. Regresaron al panel. El nerviosismo había vuelto, y ya no sólo en Nia. Era el profesor Noblues. —Profesor… —vaciló Pok—. ¿Ha ocurrido algo? —No, tranquilo. Te devolveré el libro en cuanto terminemos de hablar si estás preocupado por él, aunque me gustaría investigarlo un poco más. En realidad ha sido muy sencillo. —¿Sabe ya su contenido? —Sí —anunció con orgullo. —¿Y cual es? —El título de tu libro es «Tratado de jardinería». —¿Qué? —Habla de una vieja práctica, de cuando en la Tierra existían vegetales. Algunas personas los cultivaban en el exterior de sus casas, o en pequeños receptáculos que guardaban en el interior de sus viviendas. —¿Eso era aséptico? —se inquietó Nia. —Las leyes eran muy permisivas, por supuesto. —«Tratado de jardinería» —repitió Pok en voz alta. —Habla de como plantar semillas, de cuándo, de que forma cuidar las plantas y las flores… Bueno, de momento no es mucho, pero es lo que me ha indicado el transportador de signos. —¿No cuenta ninguna historia? —No. Sólo habla de eso. Pero es muy interesante. Plantas y flores, semillas, formas de vida antiguas. Sí, era interesante. Una buena compra. El libro sería la gran novedad en su próxima fiesta. —Profesor, no sabe… —Tranquilo, Pok. Ha sido un placer. —Puede devolverme el libro mañana, ¿le parece? —Sí, muy bien. Me gustaría hacer una réplica sintética para estudiarlo mejor. Gracias. Volvieron a despedirse. La comunicación quedó cortada. Nia miró a su compañero, sin saber muy bien que emoción reflejar. Pok parecía orgulloso. Y feliz. —Vaya —suspiró él. —«Tratado de jardinería» —enunció ella. —¿Habrías preferido otra cosa, una de esas… novelas con una historia? —Bueno, no es más que un libro. ¿Que más da su contenido? En efecto. ¿Que más daba? No iban a «leerlo». Sólo era eso: un libro. Una reliquia antigua. Muy antigua. —Quedará muy bien encima del módulo principal. —Nuestros amigos se quedarán muy impresionados. —Ya sabes lo que digo siempre: si quieres algo bueno, novedoso, has de pagarlo. Y si puedes y te apetece, sería una tontería privarte de ello. —Tienes razón, cariño. Ha sido un regalo maravilloso. —Sabemos tan poco del pasado. —No es más que eso, ¿no? Pasado. —Ven. Se acercaron al gran ventanal que presidía su cubículo. Más allá de él y desde la altura de su bloque privilegiado, ubicado en el mismo centro, se veía la ciudad, tecnológicamente perfecta, radiante y hermosa. La gran capital del Nuevo Mundo. Por encima de ella se extendía la cúpula de protección, transparente, separándoles del vacío y del universo tachonado de estrellas. Al otro lado de la cúpula, el suelo lunar, eternamente áspero y gris. La Tierra, flotando en aquella inmensidad como un globo blanco y azul, estaba ahora a la izquierda. La vieja casa. Aún renaciendo. Como casi siempre. Los dos la observaron sin emoción alguna. No servía de nada mirar hacia atrás si el futuro seguía estando hacia adelante, en el Universo sin fin. Como siempre. —¿Y para que querrían plantar cosas y tenerlas en sus casas? —se preguntó Nia en voz alta.

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